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Cuando las lenguas dominantes amenazan el plurilinguismo en Oceanía
Publicado por Claire Moyse-Faurie el February 21, 2011
Clara Moyse-Faurie nos describió la semana pasada un continente oceánico campeón del plurilinguismo con sus 2000 lenguas (1/3 lenguas del mundo) para 250 millones de personas solamente (menos de 4 % de la población mundial). También detalló la manera en el que este plurilinguismo se practicaba de modo natural, no jerarquizado, hasta la época de la colonización. Hoy prosigue descifrando los mecanismos que impusieron progresivamente lenguas dominantes en detrimento de la multiplicidad de las lenguas locales.
La situación plurilingüe pre colonial que prevalía en Oceanía fue progresivamente maltratada por políticas que instauraban una enseñanza únicamente monolingüe y que penalizaban la práctica de las lenguas vernáculas en todo el espacio político, administrativo y escolar.
En Nueva Caledonia en particular, la administración colonial francesa, con sus tradiciones centralizadoras, trató por todos los medios de reducir esta proliferación lingüística que le aparecía una desventaja, incluso un peligro, para la buena administración de la población autóctona.
Así, se prohibió el uso de las lenguas vernáculas, por decreto del gobernador Guillain, en 1863, solamente diez años después de la anexión. Las lenguas vernáculas fueron prohibidas hasta en los patios de recreo de las escuelas. Y el uso escrito de las lenguas kanak fuera del área religiosa fue severamente reprimido hasta en 1970.
Paralelamente la colonización política, la evangelización contribuyó debilitando el equilibrio que existía entre esas diferentes lenguas, que estaban hasta entonces sobre un plano de igualdad, cualquiera que sea el número de sus locutores.
Algunas de ellas han sido favorecidas en detrimento de otras, estableciendo así una jerarquía entre lenguas reconocidas y tomadas en consideración en la traducción de escritos religiosos, por una parte, y lenguas totalmente ignoradas, y rebajadas de hecho, por otra parte.
La multiplicidad de las lenguas en este continente precipitó finalmente su decadencia: repentinamente erigidas en rivales, fueron forzadas a adaptarse, a integrarse en la vida moderna y a imponerse frente a las otras, o, contrariamente, a limitarse a empleos cada vez más restringidos, tocando así la extinción.
Una unidad lingüística de país o de territorio habría posiblemente hecho las lenguas vernáculas más fuertes frente al contacto brutal con las lenguas europeas luego de la colonización y de la evangelización.
Más recientemente, en consecuencia de las migraciones hacia las ciudades, situaciones múltiples de plurilinguismo vieron la luz en ambiente urbano. Pero se trata allí de un plurilinguismo no dominado, impuesto fuera de todo intercambio acostumbrado, en un contexto económico de competencia y de individualismo. Estas lenguas desplazadas son entonces debilitadas, cortadas de su medio tradicional, habladas por un número pequeño de locutores y totalmente marginadas.
Por fin, si las prácticas plurilingües eran sistemáticas en otro tiempo, hoy son a menudo percibidas hoy como una desventaja, incluso para los locutores mismos, cuando éstas conciernen únicamente a lenguas vernáculas sin tradiciones escritas, excluidas del mundo escolar, sin “valor internacional”.
Actualmente, las lenguas de Oceanía en mayor peligro se sitúan en los países dónde un plurilinguismo vernáculo equilibrado era la regla. En Nueva Caledonia, por ejemplo, el respeto mutuo cedió su lugar a la competencia entre las lenguas reconocidas por la administración, las instancias religiosas o la enseñanza, en detrimento de otras lenguas que para sobrevivir deben enfrentarse a la vez con la lengua colonial y las lenguas vernáculas que gozan de un reconocimiento efectivo siendo tomadas en cuenta en las diversas instituciones.
Restaurar la situación pre colonial es ilusorio. El restablecimiento de un plurilinguismo equilibrado que tomaría en cuenta el conjunto de las lenguas vernáculas necesitaría de una política voluntarista para proteger y valorizar las lenguas en mayor peligro, preservando no sólo sus palabras y sus gramáticas en archivos u obras, sino dándoles un lugar separado entero en la vida diaria, los medios de comunicación y la enseñanza, confortando así a los padres en su tarea de transmisión inter generacional.