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28 de octubre de 2011 : Françoise Héritier nos habla de Claude Lévi-Strauss con motivo del aniversario de su muerte
Hace dos años, el pasado 30 de octubre de 2009, fallecía Claude Lévi-Strauss a casi 101 años de edad. El gran público conocía su obra “Tristes trópicos” y quizá algunos de sus trabajos sobre los Nambikwara en la Amazonía brasileña, pero éstos eran sólo la punta del iceberg. Durante décadas, Lévi-Strauss ha destacado por sus investigaciones en antropología alrededor del mundo, dejando como legado unas ideas profundas y potentes. Podríamos decir que dedicó toda su vida a buscar la respuesta a preguntas esenciales sobre los seres humanos, su esencia y lo que le une más allá de las diferencias.
Hemos pedido a otra gran antropóloga, Françoise Héritier, que ha sucedido a Claude Lévi-Strauss en el Collège de France, que responda a algunas preguntas sobre un hombre al que conoció muy bien.
¿Cómo describirías en pocas palabras a Claude Lévi-Strauss para las jóvenes generaciones que no hayan conocido a este gran pensador?
Era un persona impresionante. Su fisionomía austera (sonreía poco), su reserva, una forma de timidez, su renombre, hacían que sus interlocutores se sintiesen incómodos. No le gustaban las conversaciones privadas, en tête à tête, pero le encantaban las presentaciones y debates públicos. Espera de sus interlocutores que tomen la palabra, una actitud muy intimidante. Pocas personas le llamaban por su nombre y aún menos le tuteaban. Creo que su aura y reputación pesaban demasiado y sentía la incomodidad y emoción de sus interlocutores.
Se asociaba su nombre al estructuralismo. ¿Podría explicarnos de forma sencilla este concepto de la antropología?
El estructuralismo es ante todo un método de trabajo par descubrir las leyes. Se trata de tomar menos en cuenta los hechos brutos en sí y más las relaciones objetivas que se establecen entre ellos, menos el sentido aparente de un texto y más la estructura mental subyacente y que, según él, nos reenvía a una arquitectura propia del cerebro humano que funcionaría de forma binaria, como un ordenador. La Gesta de Asdiwal, uno de los primeros textos sobre la mitología norteamericana que ha publicado, no es tanto la historia de un cazador como la de la puesta en evidencia de las oposiciones río arriba/río abajo, cielo/tierra, tipos de animales, alimentos, desplazamientos, astros, etc., parejas opuestas que adquieren un sentido global más allá del relato para explicar la relación entre el hombre y el cosmos, el hombre y los seres vivos, entre los diferentes sexos…
Ha estudiado mucho las poblaciones autóctonas o indígenas y ha convivido con ellas. ¿Podríamos decir que empatizaba con estas poblaciones o simplemente que las consideraba como objeto de estudio?
Basta con leer en su obra Tristes trópicos el capítulo dedicado a los Nambikwara para ver la dolorosa ternura que sentía hacia este pueblo desnudo, sin recursos. Lévi-Strauss no era frío y calculador. Sabía no obstante que el trabajo intelectual que llevaba a cabo no podía confundirse con el trabajo de un miembro de algunas de las ONGs existentes. Para él, cada cultura representaba una forma de humanidad particular, a la que había que tratar con la misma importancia y respeto que a las demás.
Sin embargo, la mirada compasiva y empática que tenía hacia con algunos individuos no suponía que tuviese una actitud condescendiente y altruista hacia toda la humanidad. De hecho, a la humanidad, agitada y proliferante, le reprochaba dejar tras ella una naturaleza devastada y una profunda ceguera y profundo desinterés hacia los demás seres vivos con los que comparte el planeta. Además, creía que no se podía hacer que todos amaran a todo el mundo. Incluso él mismo, porque reconocía amar los trópico “vacíos”, prefería América de Sur a África o el Lejano Oriente de las penínsulas asiáticas (aunque amó Japón).
La conservación de la diversidad era esencial para él y lamentaba su desaparición progresiva. Esta postura le valió que algunos le consideraran como un apóstol del conservadurismo cultural. ¿Qué respondía a eso?
Creo que verle como el abanderado del relativismo cultural es mal juzgarle, cosa que de hecho ocurrió con parte de la opinión ilustrada tras la publicación de Race et Culture, que parecía contradecir Race et Histoire. En efecto, la visión estructural de Lévi-Strauss es muy universalizante. Todos los seres humanos en sociedad tienen sistemas de representaciones mentales que funcionan de la misma manera, pero no necesariamente a partir de los mismos materiales, por una parte, y, por otra, ofrecen, como hemos dicho con anterioridad, respuestas variadas e incluso opuestas a una misma cuestión. Pero, y es esto lo importante, lo uno no va sin lo otro. Es necesario que haya esta diversidad cultural para que surjan leyes universales de funcionamiento. Si sólo hubiese una única respuesta posible a cada pregunta, la pregunta del universalismo y relativismo no existiría. Sólo habría uniformidad. Hay que ver estos dos términos como las dos caras de una moneda.
En una de las últimas entrevistas que concedió, declaró “Pienso en el presente y en el mundo en el que terminaré mi existencia, y no es un mundo que me guste”. ¿Estaba siendo pesimista sobre le devenir de sus semejantes?
Ahora ésta es una frase célebre. Sí, Lévi-Strauss era pesimista sobre el devenir de sus semejantes, obsesionado con los estragos que la presión humana ejerce sobre los ecosistemas para utilizar el lenguaje actual. Desde su punto de vista, la expansión demográfica descontrolada lleva consigo todo un cortejo de catástrofes: la ruina de la naturaleza, el espíritu del lucro y del beneficio, el desinterés hacia el prójimo y las cosas relacionadas con el espíritu. Escribió en su obra En Substances un texto poco conocido, titulado « Apologue des amibes » (Apólogo de las amebas), donde nos muestra que la acumulación de individuos (en este caso amebas, pero se trata de una metáfora humana) conduce inexorablemente a la violencia y la muerte.
¿Qué es lo que más le ha marcado de este hombre excepcional y qué echa de menos de él hoy?
Resulta un poco simplista hablar de su ilustrada inteligencia y del sentimiento que provocaba en los demás cuando le daba su confianza, cuando eran dignos de interés. Hago sin embargo referencia a ello.
Recuerdo también su reserva, que no estaba desprovista de calidez y humor, y de la que al contrario sentíamos que, aún estableciendo una barrera, ésta no era insuperable para todos y sobre todo que permitía, gracias a la ausencia de familiaridad, mantener una relación humana a unos niveles que jamás se acercaban a la vulgaridad, ordinariez u ostentación.
Discreción, reserva, inteligencia, modestia son cualidades que tienden efectivamente a hacerse más raras en el mundo actual donde la vulgaridad del pensamiento encuentra a menudo eco en la desmesura financiera de las ambiciones y en el aumento de las diferencia (no solamente de nivel de vida) entre los individuos.